Pese a su delicado estado de salud, el papa Francisco se trasladó esta tarde a la cárcel romana de Regina Coeli para compartir el Jueves Santo con un grupo de internos, en una tradición que ha mantenido con constancia desde los primeros días de su pontificado.
El pontífice, de 88 años, llegó al centro penitenciario poco antes de las 15:00 horas locales (13:00 GMT), a bordo de un vehículo sencillo, evitando apariciones públicas ostentosas. Su visita no fue anunciada oficialmente con antelación por el Vaticano, ya que estaba sujeta a su evolución médica, tras haber sido dado de alta el pasado 23 de marzo luego de más de un mes hospitalizado por una neumonía bilateral.
Francisco fue recibido por la directora del penal, Claudia Clementi, junto a otros funcionarios del centro, ubicado en el barrio romano de Trastevere, a poca distancia del Vaticano. Según fuentes de la Santa Sede, el Papa compartió un momento de oración y cercanía con cerca de 70 internos.
Aunque no participó esta mañana en la tradicional misa Crismal en la basílica de San Pedro —acto que da inicio al Triduo Pascual—, el Papa optó por no abandonar una de sus costumbres más personales y significativas: conmemorar la Última Cena de Jesús junto a quienes viven en condiciones de vulnerabilidad o encierro.
Desde su elección en 2013, Jorge Mario Bergoglio ha utilizado las tardes del Jueves Santo para visitar cárceles, hospitales, centros de refugiados y espacios marginales, con la única excepción de los años más duros de la pandemia de COVID-19. Su gesto busca enfatizar una Iglesia cercana a los excluidos y fiel al mensaje evangélico de misericordia.
La visita de este año adquiere un valor especial, no solo por la frágil salud del pontífice, sino también por el contexto de un mundo convulso, donde su presencia junto a los olvidados vuelve a ser un llamado silencioso pero elocuente a la compasión y la justicia.
